Los partidarios aseguran que son alimentos que contienen probióticos, bacterias apreciadas como beneficiosas para nuestro intestino. Y sí, es cierto, pero quizás hay que tratar la información con ciertas reservas.
Anabel Fernández, dietista-nutricionista, directora de Nutrición y Dietética de KOA Center aclara un poco los matices: “Normalmente se piensa que los beneficios que nos aportan podrían estar relacionados con mantener una buena microbiota intestinal ya que nos proporcionan esos microorganismos beneficiosos. Pero los beneficios de los alimentos fermentados no son la única clave para esto. Hay otras cosas mucho más importantes cómo lo que nos sucede en los primeros años de vida (parto natural o cesárea, lactancia…); nuestra alimentación (si está basada en frutas y verduras, y sin alimentos procesados) y el tipo de vida, si es activa y mantenemos el estrés controlado. Si todo eso es correcto, entonces los alimentos fermentados pueden ser un beneficio añadido pero, tomar este tipo de alimentos no nos va a solucionar una mala alimentación”.
Que no cunda el pánico, ni mucho menos, el desánimo. A pesar de no ser la panacea por sí mismos, tienen alguna que otra virtud que, sin duda alguna, complementarán una buena dieta. “Tienen otras dos ventajas extras: por un lado, contienen ácidos orgánicos, que se producen cómo resultado de la fermentación, y que la microbiota intestinal utiliza para convertirlos en ácidos grasos de cadena corta (butirato, propionato y acetato) que son beneficiosos para el organismo. Estos a su vez crean nuestras bacterias intestinales cuando consumimos fibra fermentable, por ejemplo, a través de frutas y verduras.
Y por otro lado, los alimentos fermentados son más digeribles ya que están predigeridos por las bacterias, y éstas, además de los ácidos orgánicos, también crean vitaminas y enzimas que no se encontraban en el alimento original”.